9 ene 2012

Mirna



Déjame que te explique una cosa, Mirna.
Eres una estrella. Y eres linda. Por eso hay tantos hombres que vienen a verte a tus actuaciones. Pero no eres lista y tampoco muy culta. Has tenido suerte de toparte conmigo. Fuera de aquí estás perdida. 
Verás, hay otras chicas preciosas también y con talento que harían lo que fuera por ocupar tu puesto.
Podría despacharte en cualquier momento, dejarte tirada en la calle.  Pero no voy a hacerlo, porque esas chicas no tienen tu encanto especial que tanto me gusta, ¿sabes a lo que me refiero? hay algo en tí que marca la diferencia. No es algo concreto; es un conjunto de gestos que sólo haces tú, 
como pellizcarte el labio así, o la manera en que mueves la mano cuando fumas. Tus parpadeos, cómo rompes la voz cuando hay que romperla. Por eso te tengo aquí cerquita y las otras no importan.
Tu música es... apasionada, sensual y estimula a quien la escucha, eso lo sabes, sabes que tu música es una provocación. Yo mismo me excito cuando... bueno, yo contigo me excito siempre, pero sobre todo cuando cantas.
Mirna...
¿Sabes que llenas tú solita todos los asientos? Los hombres te desean. Quieren cumplir sus fantasías. Desean vivir contigo una de esas historias que cuentas. Se nota que estás enamorada, no sé si de alguien en concreto o de los hombres en general. Pero tu amor entra suave, se cuela entre las sombras de este local y llega a todo el mundo como una caricia que invita a más. Los dejas sumidos en un trance. Y por eso te pido que después del show, ayudes a alguno de esos hombres a cumplir sus deseos, a llegar a la cima de su éxtasis... ¿me entiendes? 
Sé que tú eres capaz de hacerles felices.
El señor Afilado, uno de nuestros clientes más importantes, no se pierde una actuación tuya. Se sienta en primera fila y espera que algún día sepas agradecer su admiración de la forma adecuada. El show de mañana podría marcar la diferencia y el señor  Afilado estaría muy satisfecho.
No quiero presionarte, pero entiende que el cliente es lo primero, y tú tienes una labor muy bonita que es alegrarles sus existencias, además de con tu canto, con tu compañía. Quizás si te arremangas un poco el vuelo del vestido en el backstage... que vean bien esas largas piernas. Serás una diosa. Ninguna chica te quitará el puesto, seguirás siendo mi favorita. 
Piénsalo bien, ¿vale?

Rocha el enano había conseguido intimidar a Mirna y sin darse cuenta ésta se hallaba apoyada en la pared, agarrándose al friso de madera. Rocha tenía los ojos verdes y las cejas muy espesas. Una mirada intensa y oscura, que transmitía cosas malas: falsedad, egoísmo, antipatía, envidia... Por mucho que pretendiese exteriorizar cercanía y cariño, Rocha era un monstruo. Mirna no pudo seguir mirándole; le producía demasiada repulsión aquel contacto. Apartó la vista hacia un lado y él, triunfante, lo aceptó como un "sí" y vio el momento de irse. Le acarició fugazmente la mejilla y salió de la habitación a saltitos de retorcida alegría. Mirna observó al diminuto ser esfumarse y acto seguido se sentó en la cama.  
Sobre la cama había un cuaderno de apuntes y una botella de whisky. Mirna abrió el cuaderno, cogió la botella, se sacó un cigarro del paquete que tenía guardado en la media, abrió la ventana, que estaba a la izquierda de la cama y cuyas vistas daban a un espeso mar, y se sumergió en sus pensamientos. 
El whisky era barato y le produjo mucho ardor, pero su garganta se fue acostumbrando, como cada vez. Pensó que si hacía lo que Rocha le había pedido, la calidad de su whisky mejoraría. 

En el cuaderno había letras de canciones y dibujos. También había pegados pequeños recortes de esto y aquello: etiquetas de bebidas, pétalos de rosa de sus admiradores, fotos de vestidos que le gustaban, panfletos publicitarios de shows de amigas suyas... Mirna fue pasando las hojas con nostalgia, hasta llegar a 3/4 del final del cuaderno, su lugar favorito para esconder su tesoro.  

Allí estaba, un poco prensada pero igualmente reluciente y significativa: una pluma azul plateado.
Mirna la acarició con las yemas de los dedos y se imaginó en brazos del hombre que volaba, huyendo de su miseria para no volver jamás. 

Tantas veces se había mordido la lengua para que Rocha la dejara en paz... tantas veces se había hecho la ignorante mientras soportaba su siseo de charlatán. 
Cerdo, machista, débil.
Rocha, la rémora de adinerados, el explotador de chicas. 
Pero la paciencia la caracterizaba y, aunque siempre se le ocurría una respuesta con que aplastar a su jefe, nunca la decía para no quedarse sin trabajo.
No quería hacer feliz a ninguno de aquellos hombres. No quería subirse la falda. Tan sólo cantar. Antes cantaba con una ingenua filantropía que con el paso del tiempo se había marchitado completamente. El azote del mundo real había corrompido su canto de sirena y desde entonces, su voz se había convertido en una llamada de socorro, de profunda desesperación, como un hilo de esperanza que la mantenía peligrosamente atada al raciocinio. 
Mirna deseaba todas las noches que por la puerta del local apareciese el hombre que volaba, con su capa de plumas, tan etéreo como la noche en que le conoció. 
Que interrumpiese su actuación, que todos se girasen para mirar su rostro tallado en marfil, que se acercase al escenario con paso valiente y extendiese los brazos para que Mirna se dejase caer en ellos, y que en un beso los rizos rojos de ella se entrelazasen con la melena azul de él, que todos quedasen atónitos por la perfección de aquel acto, y que Rocha empequeñeciera hasta quedar invisible de rabia por ver cómo Mirna era feliz.

¿Por qué tardaba tanto en volver? 

El reloj de pared daba las cuatro de la mañana, y entre cenizas, recortes de papeles, whisky malo y el sonido de las olas chocando contra los muros oxidados de la Ciudad Engranaje, Mirna se durmió. 
Siempre dejaba la ventana abierta para que los pájaros la despertasen por la mañana. 

3 comentarios:

  1. suena a novela negra, a lo Dashiell Hammet

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  2. Un deleite leer tus textos, no me arrepiento de no haber competido contigo... Un abrazo. :)

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